viernes, 19 de agosto de 2011

Interrupción de la gestación en caso de discapacidad


 El aborto genera polémicas, y el que se realiza porque el niño por nacer porta una discapacidad, aun más. Las nuevas técnicas de investigación permiten conocer con un grado razonable de certeza si el nonato es susceptible de ello. Si bien hay posturas a favor y en contra de abortar en estos casos, ¿es posible dar una respuesta única y universal?
Palabras preliminares
En principio, como señalara Carmen Argibay, ministro de la Corte Suprema de Justicia argentina, en un reportaje durante uno de los incontables rebrotes de la temática en los últimos tiempos, nadie está a favor del aborto. Pero no puede soslayarse que es una realidad presente desde tiempos inmemoriales en todos los puntos del planeta.
Con ello queremos expresar que ni siquiera los movimientos más radicales a favor de su despenalización lo consideran como algo deseable y sin consecuencias. Quiérase o no, existe, al menos dentro de los sectores más conservadores, una equiparación a la interrupción del embarazo con el asesinato, lo que, visto desde cualquier posición (ética, religiosa, moral, contractual, etc.), deja una marca indeleble, sobre todo en las mujeres, que son las que ponen el cuerpo y, por ende, resultan las más castigadas (en realidad, las únicas) por la estigmatización de la comunidad a la que pertenecen, como si el embarazo no deseado (o a veces deseado) fuera de su exclusiva producción, responsabilidad e incumbencia.
Las trazas sociales no son la única fuente de sufrimiento. También la cuestión de la simbiosis que implica una gestación, cuando se interrumpe, desequilibra emocionalmente y, en muchas ocasiones, sobre todo para las de menos recursos, la clandestinidad aporta problemas físicos que, inclusive, en no pocas ocasiones pueden ser graves y que, a su vez, en otras pueden llevar a la muerte. Como se lleva a cabo soterradamente, se desconoce a ciencia cierta cuántas son las que abortan, aunque sí se sabe, aproximadamente, cuántas fallecen por prácticas ilegales: por cada 100.000 nacimientos, 82 en Argentina; 420 en Bolivia; 260 en Brasil; 130 en Colombia y Ecuador; 31 en Chile; 83 en México; 170 en Paraguay; 410 en Perú; 27 en Uruguay, por citar solo algunos países latinoamericanos.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, “De aproximadamente 45 millones de abortos inducidos que se practican cada año, unos 19 millones se realizan en malas condiciones (practicados por personal no capacitado, en circunstancias poco higiénicas); en consecuencia, casi 70.000 mujeres pierden la vida, un 13% de las defunciones relacionadas con el embarazo”. De todas maneras, y aunque preocupantes, las cifras son inciertas. Por ejemplo, se estima que sólo en Brasil los abortos que se realizan en un año rondan entre 700.000 y 1.000.000.
Por otro lado, una de las características más notorias -y discriminatorias- es que los abortos seguros, esto es, los realizados en condiciones de asepsia y en lugares bien preparados, no están al alcance de los sectores menos favorecidos de la población, por lo que la mayor parte de las muertes de mujeres por esta causa (en algunos países son la segunda o la tercera causa de muerte materna) se da entre las de menores recursos, sea por la precariedad de los lugares a los que concurren para llevar adelante esta práctica, por la utilización de formas caseras o por recurrir a personas sin los conocimientos suficientes no sólo para realizarla, sino para atender a las posibles complicaciones que pueden derivarse, sobre todo porque cuanto más avanzado es el estado de gestación, más problemas pueden presentarse.
Pero no sólo los abortos se producen ante embarazos no deseados, traumáticos o incluso fruto de “accidentes”, sino que en los últimos tiempos se señala como una fuente importante de ellos a los eugenésicos.

Nuevas herramientas, ciertas decisionesSi bien desde hace algún tiempo es posible detectar ciertas anomalías en el feto en forma más o menos temprana, con la acelerada evolución de la genética de los últimos tiempos, la precisión de estos estudios está en franco aumento.
Por ejemplo, respecto del Síndrome de Down y otros que tienen un incontrastable origen genético, la certeza de algunos estudios está prácticamente en el orden del ciento por ciento.
Quizás otros no brinden una seguridad tan extrema respecto de la condición. Sabemos que existen, como en todos los campos de la actividad humana, algunos más rigurosos que otros o que poseen mejores o peores medios técnicos de análisis para la toma y la verificación de los estudios.
No hace mucho, llegó a nuestros oídos un resultado realmente sorprendente: a una embarazada se le propuso realizar uno de esos estudios que determinan si el nonato puede ser portador de alguna malformación. Tras la espera de rigor, se le anunció que el niño tenía un 70% de probabilidad de tenerla. Cuando la futura madre preguntó cuáles eran las posibles, no supieron qué responderle, sino que se refirieron a posibilidades inciertas, genéricas.
De todas maneras, la mujer y su marido decidieron seguir adelante con el embarazo y el niño no posee malformación visible alguna (ya tiene tres años).
Es que las ecografías, resonancias, amniocentesis, la toma de muestras de vellosidades coriónicas, punciones del cordón umbilical, translucencias nucales, el triple test (que es uno de los que más se utiliza y que no puede determinar con certeza qué defecto específico está presente) o cualquier otra forma de detección, plantean la terrible pregunta sobre el después.
Si bien puede argumentarse que saber es mejor, porque permite prepararse para lo que vendrá, por otro lado, también puede provocar situaciones de extrema angustia.
Otro dato importante es que ni las prepagas ni las obras sociales, al menos, no todas ellas, admiten entre sus prestaciones algunas de estas prácticas y los sistemas públicos de salud sólo realizan, en algunos países (como en la Argentina) apenas tests sobre HIV y pocos más, usualmente los menos costosos. Ello lleva a que, nuevamente, la realización de estas pruebas incluya un factor de discriminación económica.
Decíamos que la sospecha, más o menos fundada, de la existencia de la portación por parte del nasciturus conduce a la pregunta del después, que no es otra que, parafraseando a Hamlet, ¿abortar o no abortar?
Hace un par de años, el Comité Español de Representantes de Minusválidos (CERMI), una suerte de federación de asociaciones sobre discapacidad en ese país, denunció que el número de niños con Síndrome de Down iba en franco decrecimiento, no porque hubiese aparecido una cura, sino porque, sobre la base de esos análisis previos al nacimiento, muchos padres decidían abortar cuando su bebé portaba trisomía.
Por otro lado, se reporta algo parecido respecto de la Espina Bífida en el Reino Unido, donde se asegura que el 90% de los casos que se detectan prematuramente terminan en la producción de un aborto.

Cuestiones legalesHay cuatro tipos de legislaciones en el mundo respecto del aborto. Así:
- En 50 países es absolutamente legal. Ello implica que puede realizarse hasta sin fundamentar la causa.
- En 14 es legal, pero debe haber una fundamentación previa para su autorización, usualmente realizada ante un tribunal.
- En 53, es limitado, por ejemplo, al caso de violación, al compromiso de la salud materna al llevar adelante el embarazo o, como en la Argentina, que sean sujeto de la violación mujeres con discapacidad mental. En otros, la discapacidad certificada es un motivo que admite su realización sin más requisitos.
- En el resto, es decir, en 74 países es absolutamente ilegal, lo que no implica que no exista el aborto en ellos, sino que la totalidad de ellos se efectúa en la más completa clandestinidad.
En la mayor parte de América Latina, el aborto es ilegal o, a lo sumo despenalizado en casos puntuales (como en Uruguay), restringido a situaciones determinadas (Argentina, entre otros) y sólo en Cuba y Puerto Rico no conoce restricciones.
Por otro lado, es llamativo que en algunos cuerpos legales se permita su aplicación por razones socioeconómicas, esto es, por el estado de pobreza de la o los progenitores.
Aun en aquellos lugares del planeta en que la práctica es irrestricta, sin embargo en todas las legislaciones existe un límite temporal, el que usualmente oscila entre las 12 y las 22 semanas de gestación.

A favor y en contraSi las opiniones respecto del aborto en general son encontradas y generan disputas acaloradas, en lo que hace a su realización en casos de discapacidad del nonato la conflictividad es muy similar.
A las consideraciones de cuándo o si un embrión o un feto se consideran plenamente humanos se suman las concepciones religiosas, las de la libertad de decisión de la mujer sobre el propio cuerpo, las libertades individuales, los deberes sociales y toda una gama de consideraciones de diverso orden.
En el caso del aborto ante una discapacidad, los que sostienen esta postura, como, por ejemplo, Ann Furedi, directora de comunicaciones del BPAS, British Pregnancy Advisory Service (servicio de prevención del embarazo), explican que cualquiera sea el motivo de un embarazo no deseado, la opción de terminar con él es una decisión que incumbe únicamente a la propia embarazada. La discapacidad del futuro niño es tan válido como cualquier otro.
Desde ese punto de vista, consideran que una discapacidad en un hijo implica sufrimiento no sólo para los padres, sino para el propio niño, quien se verá inmerso en un medio que no podrá acogerlo plenamente.
Pero también hay posiciones mucho más extremas, las que abogan por la eugenesia lisa y llana. Argumentan que muchas enfermedades y discapacidades son hereditarias, producto de genes recesivos que se transmiten de generación en generación. Impidiendo el nacimiento o esterilizando a las personas con discapacidad se lograría disminuir y eventualmente terminar con muchos desórdenes genéticos. Es decir, que ello permitiría “mejorar la raza”, como creían los nazis, con Josef Mengele a la cabeza, idea que, a su vez, se remonta por lo menos a Esparta y su conocida política de eliminar a los que presentaran algún defecto.
Por otra parte, es una práctica más frecuente de lo que pueda imaginarse la esterilización de mujeres con discapacidad mental, con el justificativo de prevención de embarazos (y, en muchos casos, el aborto subsecuente).
También suele invocarse el utilitarismo para justificar el aborto en caso de discapacidades en el nonato. En efecto, sea por la propia afección o por las enfermedades asociadas, por las prótesis, las cirugías, la tecnología asistiva necesaria, los tratamientos, etc., procurar el bienestar de una persona con discapacidad insume tiempo y dinero, por más que muchas leyes en diferentes países importen el apoyo estatal para subvenir a los gastos, que siempre son menores que lo que se requiere efectivamente.
Por su parte, además de las posturas éticas y religiosas que imponen la preeminencia de la vida, cualquiera sea su condición, y que asimilan el aborto a la figura penal del asesinato, existen otras.
Es el caso de quienes defienden la diversidad biológica, que argumentan que la consecuencia mediata de la eliminación de las discapacidades por medio del aborto implicaría que muy posiblemente luego se siguiera por eliminar ciertas características de las personas “normales” que resultaran molestas, antiestéticas o indeseables, en una suerte de “mundo feliz”, tal como lo concibiera Aldous Huxley, en el cual se intentara borrar las diferencias.
También se hace hincapié en que, discapacitada o no, una persona es exactamente eso, una persona, y que podrá tener malformaciones, problemas físicos o mentales de la índole que sea, pero esa circunstancia no disminuye su condición de tal, lo que implica que el derecho a la vida no depende de portar o no una discapacidad.
En una posición extrema, puede leerse en testimonios en todo tipo de soporte (blogs, boletines, libros, etc.) que tener un niño discapacitado es una bendición, porque muchas veces ellos hacen salir lo mejor de las personas que los rodean. Desde esa perspectiva, instan a que quienes esperen un hijo con esa condición a que vivan la experiencia, porque, lejos de ser negativa, transformará positivamente sus vidas.

Final abierto: ni ángeles ni demonios
La temática del aborto, en general, es una discusión que se reinstala periódicamente en el medio social ante cada noticia que da cuenta de la problemática, ante cada nueva estadística que hace patente que, aunque no se quiera reconocer su existencia, es una realidad incontrastable que atraviesa el tejido social. Todos conocemos, al menos, un caso.
La porción referida a la discapacidad transcurre por vías mucho más subterráneas y, quizás (no hay estadísticas para ello, así que es una mera suposición), tenga mayor consenso positivo que en el caso de los nonatos sin problemas.
No se habla del aborto en caso de discapacidad, porque tampoco la discapacidad es un tema que esté presente en la sociedad, pese a que el pasado 9 de junio, el Informe Mundial sobre la Discapacidad que elaboran la Organización Mundial para la Salud y el Banco Mundial estima que el 15% de la población porta una y a que existe una prédica constante de las asociaciones vinculadas a este tópico, unida al dictado de leyes en todo el mundo a favor de que se respeten sus derechos, que, aunque muy lentamente, va sacándolo de la invisibilización.
En algunos países (como España, por ejemplo), el aborto en caso de discapacidad está permitido. Pero eso no importa mucho, donde no lo está, de todas maneras se lleva a cabo a escondidas.
La respuesta por el sí o el no a su práctica es extremadamente difícil. Como ocurre en casi todas las discusiones, todas las partes tienen algo de razón.
Se podrá argumentar que hay discapacidades y discapacidades, que algunas son más llevaderas que otras; que hay quienes pueden afrontarlas bien y otros que no son capaces de sobrellevarlas.
En el aborto a secas, el problema que implica la clandestinidad, sobre todo en los casos de las mujeres de escasos recursos, parece inclinar la balanza a favor de un voto positivo ante la contundencia de los hechos. Y, en lo que hace a aquellos que pueden pagar una clínica “especializada” o los servicios de un profesional con recursos y experiencia, también, si se piensa en el negocio montado alrededor del drama que resulta la interrupción de un embarazo, que nunca es sin consecuencias.
Ahora, ¿y en el caso de una discapacidad “tolerable”? Y en todo caso, ¿cuáles son esas y cuáles las otras?
Uno de los problemas que más nos atormenta a los seres humanos es el de los límites, porque siempre hay un caso (o muchos) en que, por más que se diga “hasta aquí”, se instala la duda.
Respecto del aborto, genéricamente hablando, quizás la discusión y el consenso puedan arrojar luz. Pero siempre el que aprieta es mi propio zapato.

Ronaldo Pellegrini
ronaldopelle@yahoo.com.ar


 

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