Que la sexualidad es un atributo
natural de todos los seres humanos es un hecho innegable, sin embargo muchas
veces esto no es así, principalmente cuando la pensamos junto a la discapacidad
mental. En este punto los discursos de la época suelen están plagados de mitos
y falsas creencias que anulan y desconocen al sujeto discapacitado en cuanto
ser sexuado. En tanto el sujeto sólo adviene como tal por la presencia de un
otro que lo reconozca y lo nombre la
falta de reconocimiento desde los decires de los otros tendrá siempre efectos.
Sufrimiento mental y malestar parecen ser los términos más adecuados para
pensar estos efectos. Ante esta realidad como profesionales de la Salud Mental
intervendremos a través de herramientas educativas dirigidas a modificar las representaciones sociales de la
sexualidad de los discapacitados, como a formar e informar a quienes sufren
para que a través del reconocimiento de sí puedan transformarse en sujetos
activos de su propia existencia. Teniendo en claro que siempre nuestras intervenciones
estarán guiadas por los principios fundadores del campo de la Salud
mental.
El vocablo sexus de origen romano es una derivación del vocablo latino secare que significa “desunir o cortar”
(Vidal, G;
Alarcón, R, 1986). Durante
siglos sexus hizo solo referencia a
la “condición orgánica masculina o femenina” (Real Academia Española, 2001). Fue siglos después durante la
Burguesía Victoriana, y paradójicamente, que el término sexo se difundió
ampliamente y conceptos como instinto sexual, moralidad sexual, acto sexual,
etc., se popularizaron en un discurso cuya meta era instaurar una economía
represiva de la sexualidad, ligándola a
una lógica productiva, donde el resto no tenía nada más que esfumarse y negarse
(Foucault,
M.1997).
En la actualidad cuando nos
referimos al sexo o mejor dicho a la sexualidad humana nos encontramos con un
concepto que se ha ampliado y complejizado, transformándose en una totalidad con diferentes dimensiones.
Debemos pensar la sexualidad
humana como un sistema complejo con múltiples niveles que comprende desde el
nivel biológico hasta el nivel cultural.
El nivel biológico del sexo
refiere al sexo cromosómico de la célula germinal que crea el sexo gonadal y
este moldea el sexo morfológico, el endócrino y el neurológico. La dimensión
psicológica del sexo está comprendida, tanto por el bagaje biológico heredado
como también por las experiencias vitales tempranas del sujeto que lo ubicarán de uno u otro lado de la sexualidad,
como hombre o como mujer. De este modo el sexo psicológico estaría dado tanto
por la conciencia de ser hombre o mujer,
como por la búsqueda del placer erótico del individuo. Por último el
aspecto social del sexo refiere a la identidad de género, a los comportamientos
acordados y aceptados socialmente para cada uno de los sexos con los cuales se
identifica el individuo desplegando se rol sexual.
Lo anterior, no sólo tiene la
finalidad de exponer los múltiples niveles de la sexualidad humana, sino
fundamentalmente poner de manifiesto cuan erróneo y limitado es pensar la
sexualidad únicamente como sinónimo de genitalidad.
Tanto la diferencia entre los sexos (femenino – masculino) como el placer
que se obtiene a través del soma por el contacto con los genitales del otro o
el mismo sexo, son sólo un aspecto de la sexualidad humana.
Desde 1905, cuando Freud amplía el
concepto de sexualidad ya no es posible continuar pensando a la misma sólo en
términos de la pura genitalidad. “En la experiencia y en la teoría
psicoanalítica, la palabra sexualidad no designa solamente las actividades y el
placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una serie
de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a
la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre,
función excretora, etc.) y que se encuentran también a título de componentes en
la forma llamada normal del amor sexual” (J, Laplanche; J.-B. Pontalis, 1968). Freud nos dice de este modo que
la sexualidad se encuentra presente
desde el momento del nacimiento, nos habla por ende de una sexualidad infantil
que evoluciona y se transforma configurándose a lo largo de la historia del individuo,
siendo el punto de llegada del desarrollo, la vida sexual del adulto llamada
normal. El Psicoanálisis le atribuye de este modo a la sexualidad un papel
fundamental tanto en el desarrollo como en la vida psíquica del ser humano. La sexualidad es
inherente al ser humano desde que nace hasta que muere, y abarca la totalidad
de la persona en sus aspectos tanto biológicos como psicológicos, sociales y emocionales.
Esto significa mucho más que el aspecto puramente genital, con el que se suele
identificar equivocadamente. Por lo tanto, no se puede decir que exista alguien
que carezca de sexualidad.
El interrogante en
este punto surge entonces de manera natural, ¿Cómo es posible si pudimos
arribar a esta conclusión que lleguemos a negar tal condición naturalmente
humana cuando nos referimos a las personas con discapacidad mental? Por otra parte
debemos interrogarnos a cerca de cómo estas creencias, que siempre se
manifestarán en la manera en como nos conducimos con los otros, en la forma en
como los reconocemos y como los tratamos repercuten en la Salud mental de estos
individuos. Cabe también interrogarnos entonces sobre cuáles son las marcas que
estos discursos dejan en la subjetividad y cuanto de aquello que estos sujetos
padecen es consecuencia de estas sanciones
Es sabido que el
sujeto sólo adviene como tal a partir de la presencia de un otro que lo
reconozca y lo nombre, para luego poder advenir a una conciencia de sí. Este
hecho determina que la experiencia de individuación dependa de la función de
reconocimiento y decir del otro sobre sí. Este reconocimiento al comienzo de la
vida provendrá de las figuras parentales que inscribirán al niño en una trama
familiar, social y cultural. Pero en esta experiencia también estarán
involucrados todos aquellos otros de nuestros grupos de pertenencia, y de
nuestra sociedad, ya que el proceso de subjetivación que tiene sus momentos claves en los primeros
años de la infancia no cesa nunca de sostenerse en la relación con el otro (A.Touraine, 1997). Si la realidad del sujeto
se nos presenta entonces de este modo es imposible pensar sin efectos la falta
de reconocimiento de la dimensión sexual de aquellas personas que padecen
discapacidad mental. ¿Cómo podrá sentirse aquel al cual se le niegan una parte
de sí, al cual se le dice que lo que siente no es verdadero, que no le
pertenece, que no es bueno, y debe resignarlo?
Las principales ideas
que se sostienen en el discurso colectivo, en referencia a la sexualidad de las
personas con discapacidad están teñidas de prejuicios y conceptos que no hacen
más que anular al otro en su condición de ser sexuado. De este modo en el
imaginario colectivo el discapacitado suele aparece como ser asexuado, como un
eterno niño sin intereses ni inquietudes sexuales, como una persona que no es
merecedora de una educación sexual adecuada ya que la misma no haría más que
despertar aspectos difíciles de contener. Por otra parte en aquellas situaciones
en que la sexualidad es reconocida sólo lo es en su aspecto genital, o desde la
necesidad de identificarla para poder controlarla, ya que sus características
son la violencia, la impulsividad y el descontrol. Este discurso teñido de
mitos, y falsas creencias no hace más que alejar al sujeto de su natural
condición sexuada, negándole la posibilidad de conocerse, de enamorarse, de
vivir una vida con otro, de poder
comunicarse, compartir, expresarse, y por sobre todo, se lo priva de la
posibilidad de experimentar placer y satisfacción, en la forma que él encuentre
más adecuada a su persona, ya que la sexualidad y el placer son siempre
experiencias subjetivas.
Podemos ahora sí
introducir las nociones de sufrimiento y
malestar para pensar en los efectos que esta discursividad provoca en los
sujetos. Si escojo estos términos es por que ambos involucran las cuestiones
atinentes al ser y la existencia (E. Galende, 1997). Intento pensar de este modo cómo las
condiciones históricas, las leyes de la cultura, y cómo las ideologías que
circulan a través de los discursos, operando por medio de la negación y del
desconocimiento, conforman situaciones que conspiran para que los hombres
alcancen la felicidad, provocando sufrimiento y malestar. Intento mostrar de
este modo como se confirma aquí aquello que Freud plantea en el Malestar en la
Cultura. Para Freud el sufrimiento humano proviene de tres frentes, desde el
propio cuerpo, sujeto a la decadencia y finitud, desde el mundo exterior, por
las fuerzas de la naturaleza que pueden ser destructoras e implacables, y desde
los vínculos con los otros seres humanos. He aquí una, entre tantas, de las
fuentes del sufrimiento de aquellas personas que en el vínculo con los otros, y
desde sus decires son anuladas y no reconocidas en su condición sexuada (A.
C, Ausberger,).
Cuál es aquí, nuestra
posibilidad de intervención como profesionales de la Salud Mental, es la
pregunta. Debemos desde nuestro saber implementar estrategias de intervención,
que operando colectivamente, tengan como objetivo un cambio en las
representaciones sociales que se sostienen de las personas discapacitadas,
particularmente de sus aspectos sexuales. Una de las principales herramientas
que aparece para el abordaje de esta
problemática es la implementación de estrategias educativas, las cuales deberán
estar destinadas, por una parte, a comprender que la condición sexuada no es
patrimonio sólo de aquellos llamados normales, sino condición natural de todo
sujeto, más allá de su supuesta condición. Por otra parte estas estrategias
tendrán que informar sobre la importancia que el ejercicio de la sexualidad
tiene tanto para el desarrollo como para la salud de los sujetos. Simultáneamente
para poder alcanzar la eficacia de nuestras intervenciones todo aquel que ha sufrido
y sufre como consecuencia de las
discursividades imperantes, también deberá recibir información y formación para
que desde el propio conocimiento y reconocimiento de si, pueda volverse un
sujeto activo, que pueda buscar, encontrar y experimentar su
sexualidad desde la participación en las relaciones con su medio social. Pero
más allá de los objetivos particulares aquí citados todas nuestras estrategias
de intervención, si queremos operar desde el campo de la Salud Mental deberán
estar guiadas por los principios de este campo multidisciplinar. Nuestras
intervenciones tendrán como objetivo prevenir y asistir el sufrimiento y los
padecimientos mentales sin olvidarnos de su prevención, implementando políticas
dirigidas a la integración social y comunitaria de los individuos involucrados,
inscribiendo nuestras acciones desde los derechos humanos y la democracia
participativa (E.
Galende, 1997)
Autor:
Lic. Alva
María Soledad
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